Abandonó el World Trade Center y abordó el autobús que lo conduciría al metro.
Esperó el tren y una mueca de enojo se dibujó en su rostro cuando vió que los vagones venían llenos. Como pudo entró y se acomodó.
El calor era asfixiante, la mezcla de olores era muy desagradable, así que contuvo la respiración y pegó su nariz en la manga de su playera, la fragancia aún estaba impregnada en ella.
Pensó en lo rutinario que se había vuelto su existir. Hubo un momento en que su vida parecía ir bastante bien, pero de repente muchas cosas se habían caído... los sueños se habían roto en su interior y por más que había luchado no conseguía enderezar la nave.
Un nudo en la garganta y el empujón de un tipo de aproximadamente 30 años, lo trajeron de nueva cuanta al vagón del metro...
–¡Fíjate pendejo!, exclamó enojado, más por lo plano de su existencia, que por el propio aventón.
Un señor de aproximadamente 60 años, que había visto todo el incidente, comenzó a reírse.
–¿Que me fije de qué, puto?, respondió el desconocido mientras lo encaraba.
–Que te fijes por dónde pasas tus pinches nalgas. Seguramente crees que tienes unos huevotes que no caben por la puerta y por eso pasas aventando a medio mundo, pinche tinterito de oficina, dijo haciendo clara alusión a que el tipo vestía un traje corriente, con una corbata que ni siquiera combinaba.
–Pues nada más por que traes lentes no te pongo en la madre, atinó a comentar el burócrata treintañero.El treintañero no supo qué hacer. Sólo agachó la cabeza y salió del vagón.
–Pues con todo y lentes conmigo ¡vas y chingas a tu madre!, replicó verdaderamente encabronado, al tiempo que soltaba una patada en el trasero del oficinista ante la mirada atónita del sexagenario y de los demás pasajeros.
–¡Pobre pendejo!, pensó, mientras veía como se cerraban las puertas del tren y miraba cómo el "tinterito de oficina" se sacudía el trasero...Miró el reloj. Eran casi las 9:30 de la noche. Bostezó. El tren se detuvo en la estación Jamaica. Se apresuró a descender. Aún tenía que transbordar y después abordaría un taxi que, en menos de 5 minutos, lo pondría a las puertas de su hogar...
Subió por las escaleras eléctricas y al llegar al segundo nivel de la estación un "Puta Madre" salió de su boca al ver que las siguientes escaleras estaban descompuestas y tendría que subir por el escalonado normal.
Se apuró y al llegar a la mitad escuchó que el tren llegaba. Redobló esfuerzos y al llegar al tercer nivel echó a correr para poder entrar al vagón. Lo logró a escasos tres segundos de que las puertas se cerraran...
El trayecto fue tranquilo. Vio la noche, con su magnífica belleza... con su eterna oscuridad enmarcada por las luces de los edificios. Pensó si así sería Madrid de noche, luego corrigió y visualizó que seguramente la ciudad española era mucho más hermosa. Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro...
A su mente vinieron muchos recuerdos, pensamientos que ya no importaban... Miles de recuerdos no agradables lo asaltaron cuando llegó a la estación final. Sólo movió la cabeza de manera negativa y salió del tren.
Abordó el taxi que lo llevaría a su hogar. Dos calles antes de llegar a su casa, le pidió al chofer que lo dejara en una esquina. Pagó y caminó hacia un puesto de tacos.
Miró el reloj. Eran las 10:30 de la noche. Pidió su cena y le supo amarga. Pensó qué triste se había convertido de un momento a otro su día.

Mientras otros se divertían ese viernes, salían con su novia, o estaban con sus seres queridos, él llegaba cansado de lidiar con la gente, triste por ver lo deprimente que era su situación.
Una cosa era segura: nadie se había acordado de él ese fin de semana. La relación de hacía unos cuantos meses se había deteriorado mucho y casi terminaron odiándose...
Terminó su cena y pagó. Camino un par de calles y llegó a su hogar. Las luces estaban apagadas. Miró nuevamente el reloj, eran las 11 de la noche.
Cerró la puerta que daba al patio. Entró al baño, se lavó las manos, la cara y los dientes. Checó las llamadas telefónicas en el identificador. No había alguna conocida. Bostezó.
Subió por las escaleras. Entró a su habitación. Encendió su stereo a bajo volumen... Mama I'm coming home de Ozzy Osbourne comenzó a sonar. Una lágrima cayó y posteriormente vinieron algunas más.
–Soy un pendejo, pensó. Pinche estúpido sentimentalista.Se secó las lágrimas y sonrió. En el stereo se escuchaba I just Want you, del mismo Ozzy...
–Ya estoy hasta la madre de todo esto.
Se desvistió, se metió en la cama y se quitó los molestos anteojos. Suspiró muy profundo. Apagó la luz y cerró sus ojos... mañana sería otro día (quizá igual, mejor o peor).
Y así llegaron los sueños... mientras la gran imagen de Ozzy Osbourne, que está al frente de su cama, se limitaba a contemplarlo al mismo tiempo que, desde el reproductor se escuchaba al propio ex vocalista de Black Sabbath cantar:
There are no impossible dreams, there are no invisible seams... I don't ask much, I just want you...